domingo, marzo 18, 2012

Una botella verde

Realmente la vida esta predestinada al goce de juntarse con sus pares, mandar el desposte de un novillito a las brasas y recordar momentos de hace una década como si fueran los del último fin de semana. Hay cosas que no pierden electrones. Te pasan la película y por más que ya conoces todos los remates, todas las escenas, los personjes del fondo, los diálogos, los disfrutas pensando que es la primera vez. Las costumbres te dan identidad, la refuerzan. Ni hablar si no es una sola, son varias. Algo infaltable en esas tertulias, el deseo de baco y aquí lo importante del relato. La sangre derramada por los esófagos propios. Un color; y un hilo conductor para un domingo de regresos. Los mismos nervios de la cancha 10, la misma emoción al ver el poliester estirado como aquella vez con el 19, ahora el 11. La misma alegria, la misma costumbre. La que te da identidad. El sol dorado sobre el río, la clorofila brillante y la piel del mismo novillito, conozco lo romántico de esta última afirmación, es obvio que es simplemente el producto de un Erlenmeyer alemán, conjugandose en un mediodía soñado. Mañana de mates con el utilero, viajes de cumbia para concentrar. Las ganas condensadas de un verano de abstinencia. Es cierto ya volviste, pero no es lo mismo, sabes que no es lo mismo. Ese sabor nunca se pudo igualar. Desde la época de Gutierrez y Aguero. Y la sola espera, qeu viene desde cuando las miofibrillas dijeron basta al trajín, se termina con el silbido del cuervo y la pelota, tu amor posible, empieza a rodar.